lunes, 7 de diciembre de 2009

La amante...


-Una chica tan guapa como tú no debería de llorar por un chico como ese. Me llamo Aurora, y no he podido evitar acercarme.

Así te presentaste, me sonreíste con delicadeza y ternura y te sentaste a mi lado. No te conocía, pero a pesar de todo sentía que lo sabía todo de ti.
Comenzamos a hablar, cosas sin importancia: profesión, viajes, la última película que vimos en el cine, el libro que nos había robado más horas de sueño…
Cada semana te quitaba un poco de tu tiempo y yo te regalaba otro poco del mío. Te lo agradecí muchas veces, conseguí olvidar mis penas, mi dolor, mi relación fracasada, a él; pero aún así no quería dejar de verte.
Recuerdo el primer beso que me diste, tus labios ardían y latían al compás de mi corazón acelerado. A pesar de que nunca había besado a una mujer, no decliné tu beso y me dejé llevar, cerré los ojos y sentí tu boca jugosa tocar la mía, saborearla, noté tu lengua buscando mi lengua; se encontraron, jugaron, rieron y se mordieron.
Cuando abrí los ojos un rubor cubría mi rostro y una tímida sonrisa invadía el tuyo.
Me enseñaste cómo una mujer puede amar a otra, sentirla, hacer que a su cuerpo lo recorran millones de espasmos de placer; me enamoré de ti.
Pero quizás me enseñaste demasiadas cosas, hiciste nacer en mi algo que hasta entonces había desconocido, algo que nunca hubiera imaginado que guardase tan celosamente dentro de mí. Y quizás por eso no tuve dificultades para conocer a otras mujeres, para sentirlas como tú me enseñaste a hacerlo, para saborearlas, tocarlas, besarlas, para hacerlas mías.
Lo descubriste, eso fue lo peor, porque hubiese preferido decírtelo yo. Tu mundo se vino abajo, tus reproches me llovieron como afiladas dagas, tus palabras se me clavaron como miles de agujas en el cuerpo y en el alma, no merecías lo que yo te estaba haciendo. Me di cuenta en ese momento de que me estaba convirtiendo en una persona cruel, tus enseñanzas se habían fundido con mi egoísmo y me habían hecho recorrer un camino cargado de carne y mentiras, de camas sin nombre, de madrugadas de mordiscos y humedades; me había alejado, estaba a tu lado pero me encontraba a kilómetros de ti, Aurora.
Un día me marché, ya lo sabías, lo esperabas, el daño hace menos daño cuando está lejos, cuando no se ve al girar el cuerpo en una cama, cuando no se tropieza en un pasillo ni se espera la cola del baño.
Aurora, tú me amas, y yo a ti también, a pesar de que pueda parecer lo contrario. Te quiero por que un día me rescataste de un café inundado en sal, y me hiciste ver que el amor es algo más que reír y soñar : que hay calor, pero también frío; y que además de besos, hay lágrimas.

No hay comentarios: