jueves, 17 de diciembre de 2009

el amante, el infiel


Te echo de menos, cada día más. Hace dos meses que cerraste los ojos, te fuiste y ni siquiera me dijiste adiós. Te lo reprocharé siempre Marcos.
Lo peor sin embargo es que no te fuiste solo, te vinieron a buscar de la mano y tú terminaste yéndote con ella; al principio te costó lo sé, luchaste contra ella, contra esa sensación que te invadía cada vez con más fuerza y te anudaba a su lazo, luchaste, sí, pero perdiste…y me dejaste.

Me quedé sola, ahogada en un dolor que me pinchaba, me anidaba en mi garganta, en mis pulmones, en mi estómago, en mi mente y en mi corazón. Supongo que una parte de mí tenía esperanzas de que vencieras esta batalla, de que me miraras a mí con más fuerza que a ella.

Te odié, con amor pero te odié, no ya por irte, sino por no haberme dicho nada cuando lo hiciste, esperaba al menos una disculpa, una palabra que me alentara a pensar que tu marcha no negaba nada de lo que tu y yo habíamos tenido.


Han pasado ya dos años, sí dos años desde tu adiós impronunciado. Me cuesta no pensar en ti, aunque cada vez lo hago con menos frecuencia y menos intensidad, así todo a veces lloro, me obsesiono en intentar no olvidarte, necesito tenerte presente para no caer en el mismo error. Y, sin embargo a la vez quiero no volver a recordar tu nombre nunca más: Marcos….

Es que no entiendo cómo pudiste dejarte perder, cómo te fuiste con ella, ¿por qué con ella? todo el mundo sabe su nombre y nadie la conoce realmente. Me gustaría saber si por lo menos te trató bien, ¿tenía las manos frías?, ¿te envolvió en su abrigo con besos cálidos?. Espero que te acariciara el pelo, que te mimara, que se arrullara en tu pecho y te susurrase palabras bonitas; yo lo hacía, te gustaba, me sonreías y cerrabas los ojos.
Como el día en que te fuiste, también los cerraste, pero no volviste a abrirlos jamás.

Marcos, tú me engañaste con la Muerte y yo por despecho, te engañé con la Vida.

lunes, 7 de diciembre de 2009

La amante...


-Una chica tan guapa como tú no debería de llorar por un chico como ese. Me llamo Aurora, y no he podido evitar acercarme.

Así te presentaste, me sonreíste con delicadeza y ternura y te sentaste a mi lado. No te conocía, pero a pesar de todo sentía que lo sabía todo de ti.
Comenzamos a hablar, cosas sin importancia: profesión, viajes, la última película que vimos en el cine, el libro que nos había robado más horas de sueño…
Cada semana te quitaba un poco de tu tiempo y yo te regalaba otro poco del mío. Te lo agradecí muchas veces, conseguí olvidar mis penas, mi dolor, mi relación fracasada, a él; pero aún así no quería dejar de verte.
Recuerdo el primer beso que me diste, tus labios ardían y latían al compás de mi corazón acelerado. A pesar de que nunca había besado a una mujer, no decliné tu beso y me dejé llevar, cerré los ojos y sentí tu boca jugosa tocar la mía, saborearla, noté tu lengua buscando mi lengua; se encontraron, jugaron, rieron y se mordieron.
Cuando abrí los ojos un rubor cubría mi rostro y una tímida sonrisa invadía el tuyo.
Me enseñaste cómo una mujer puede amar a otra, sentirla, hacer que a su cuerpo lo recorran millones de espasmos de placer; me enamoré de ti.
Pero quizás me enseñaste demasiadas cosas, hiciste nacer en mi algo que hasta entonces había desconocido, algo que nunca hubiera imaginado que guardase tan celosamente dentro de mí. Y quizás por eso no tuve dificultades para conocer a otras mujeres, para sentirlas como tú me enseñaste a hacerlo, para saborearlas, tocarlas, besarlas, para hacerlas mías.
Lo descubriste, eso fue lo peor, porque hubiese preferido decírtelo yo. Tu mundo se vino abajo, tus reproches me llovieron como afiladas dagas, tus palabras se me clavaron como miles de agujas en el cuerpo y en el alma, no merecías lo que yo te estaba haciendo. Me di cuenta en ese momento de que me estaba convirtiendo en una persona cruel, tus enseñanzas se habían fundido con mi egoísmo y me habían hecho recorrer un camino cargado de carne y mentiras, de camas sin nombre, de madrugadas de mordiscos y humedades; me había alejado, estaba a tu lado pero me encontraba a kilómetros de ti, Aurora.
Un día me marché, ya lo sabías, lo esperabas, el daño hace menos daño cuando está lejos, cuando no se ve al girar el cuerpo en una cama, cuando no se tropieza en un pasillo ni se espera la cola del baño.
Aurora, tú me amas, y yo a ti también, a pesar de que pueda parecer lo contrario. Te quiero por que un día me rescataste de un café inundado en sal, y me hiciste ver que el amor es algo más que reír y soñar : que hay calor, pero también frío; y que además de besos, hay lágrimas.